“El que halla un amigo, halla un tesoro” (Ecco 6, 14)
“Amigo es el que sabe todo sobre mí y me quiere”, decía San Agustín. Los ingredientes indispensables de toda amistad son el conocimiento, el compromiso y el amor mutuo.
Sobre la amistad se ha frivolizado mucho; no es raro llamar amigos a los compañeros de trabajo o a uno que nos acaban de presentar y del que no sabemos nada o casi nada.
Un amigo es alguien muy importante y sólo puede serlo el que conoce todo sobre mí y, a pesar de eso, o precisamente por eso, me ama. A la amistad sólo se llega por la senda del mutuo conocimiento.
La amistad conyugal tiene, además, el ingrediente de la atracción; dos personas pueden no gustarse físicamente y, no obstante, ser buenos amigos, pero nunca podrán ser buenos esposos. La amistad conyugal requiere la mutua atracción, tanto física como espiritual.
Frutos de la amistad conyugal
El fruto de la amistad de los cónyuges es vivir la vida matrimonial en plenitud. Sin amistad verdadera, profunda y sincera entre ambos no puede haber plenitud de vida, ni realización personal; serán interiormente desgraciados, aislados en sí mismos, sin proyecto común; su vida estará vacía, sólo les unirán los intereses físicos y económicos, que, por cambiantes, son incapaces de dar satisfacción plena.
La dicha y la paz anidan en los corazones de los esposos amigos, los que hacen que su matrimonio sea, de verdad, una íntima comunidad de vida y de amor.
La amistad conyugal integra en uno lo que antes era dispar; voluntades, proyectos, metas, todo se entrelaza y hace uno en el matrimonio.
Cuando los esposos son íntimos amigos uno del otro, no tienen cabida las mentiras, las rencillas, las desconfianzas y los miedos; por el contrario, reina la armonía, la paz, el diálogo total y sincero, la generosidad y la entrega; las dificultades, presentes en todos los matrimonios, se solucionan fácilmente sin que ninguno se siente humillado o perjudicado. Es el milagro del amor del que está llena la amistad conyugal..
La amistad conyugal, cual preciosa joya, es difícil de conseguir, es un parto largo y, muchas veces, doloroso. “Quien halla un amigo, halla un tesoro” dice la Sagrada Escritura. Si esto es verdad cuando se trata de la amistad en general, mucho más lo es cuando los amigos son los dos esposos.
Construir la amistad conyugal es una aventura preñada de dolor y de gozo, de tristezas y de alegrías, de gozosas renuncias y de generosos ofrecimientos y entregas.
Construir la amistad conyugal es la obligación más importante tanto de los que se preparan para el matrimonio como los que ya viven en él. No es baladí esta obligación, pues de su puesta en marcha va a depender, nada más y nada menos, que el grado de felicidad de los esposos en su vida matrimonial.
Gratuidad de la amistad conyugal
Toda amistad se encuentra, se hace y se vive en gratuidad, también la amistad conyugal. Olvidamos con mucha frecuencia y suma facilidad que la gratuidad es un elemento indispensable de al amistad.
Tal vez, sea necesario un cambio de actitud: En vez de pedir amistad, ofrezcámosla. Cambiar mi punto de vista por el del otro, del proyecto individual al compartido, del egoísmo a la generosidad, de la libertad al compromiso.
Toda auténtica amistad comienza cuando la ofrecemos al que no necesitamos para nuestros proyectos personales. Cosa muy distinta es recoger los frutos de la amistad consolidada; entonces, no es usar a uno en beneficio del otro, sino la puesta en común de todo, como ganancia de los dos. Es la entrega de la propia amistad al que antes nos entregó la suya gratuitamente.
En la amistad, como en el amor, hay que poder decir:
“Te necesito porque eres mi amigo”.
La amistad infantil e inmadura dice: “Eres mi amigo porque te necesito”.
“Te necesito porque eres mi amigo”.
La amistad infantil e inmadura dice: “Eres mi amigo porque te necesito”.
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