Mi familia

sábado, 18 de junio de 2011

18.- EDUCAR EN LOS VALORES ESENCIALES

La escala de valores familiares
La convivencia en familia es el medio más conforme a la propia naturaleza humana para el aprendizaje de los valores por los que se regirán los hijos cuando lleguen a la edad adulta.
Cada familia vive los valores humanos de forma específica.
Los padres, desde el comienzo de vida en pareja, deben decidir juntos sus propia escala y el lugar o importancia que dan a cada uno de sus valores.
La vivencia personal y matrimonial de los padres será, más tarde, el ejemplo vivo, el punto de referencia constante para el aprendizaje de sus hijos. Es un grave error pretender inculcar un valor espiritual o humano sólo con buenas palabras y consejos; para poder educar y trasmitir a los hijos la escala familiar de valores, los padres deben ser sumamente coherentes entre sus palabras y sus obras; entre lo que dicen y lo que hacen y tener muy presente el poder educativo del ejemplo.
De forma indicativa, brevemente, he aquí algunos valores que no deberían faltar en ninguna familia:

El respeto a la dignidad de las personas. Valorar a las personas por lo que son, no por lo que tienen; dar importancia a su interior interior, a sus cualidades y actitudes, no quedándose en el exterior, en el físico en los títulos académicos o en la cuenta bancaria, que nada valen si no van acompañados de nobleza y dignidad interior.

La justa libertad. Dios nos hizo libres. La libertad es el don por excelencia de la persona. Los hijos deben aprender de sus padres el sentido y la dignidad de la libertad y cómo ejercerla con responsabilidad, para compaginarla con la libertad de los demás y no confundirla con el libertinaje. Todo ataque a la justa libertad es un atentado a la dignidad de la persona.

La solidaridad humana y la tolerancia. Los ejemplos cotidianos de los padres entre sí, con los hijos, y de éstos unos con otros, serán la mejor escuela para aprender a ser solidarios y tolerantes con los demás.
Solidarios con los que defienden una causa justa. Solidarios con los que carecen de lo necesario para su desarrollo integral como personas: bienes espirituales, culturales y materiales. Los padres solidarios no viven de espaldas a los pobres y marginados de la sociedad sino que cooperan, en la medida de sus fuerzas, a su ayuda y a promover un orden más justo y humano.
Tolerantes y comprensivos con las personas, aunque exigentes con el vicio y la maldad. La diversidad de cultura, raza o religión no deben llevar al enfrentamiento sino a la tolerancia y al mutuo respeto. Nunca la diversidad debe ser causa de enfrentamiento físico, que nada resuelve; la diferencia debe ser, en todos las situaciones, motivo para intentar la aproximación por medio del diálogo.


El sentido del verdadero amor. En una sociedad tan egoísta, que confunde el amor con la pasión desenfrenada de los instintos, sólo los padres pueden inculcar el amor como don de sí mismo en beneficio del ser amado y la gratuidad el amor.
El mutuo amor de los esposos debe ser el mejor modelo ofrecido cuidadosamente a sus hijos en una educación sexual clara y delicada. Los hijos aprenderán a amar, viendo cómo se aman sus padres; la experiencia del amor en el propio hogar es la mejer educación sexual.
La educación sexual de los hijos es un derecho y un deber de los padres. Ellos deberán aprender, no sólo a vivir la sexualidad, sino también a transmitir a sus hijos el verdadero concepto de la misma, deshaciendo tantas falsedades imperantes en nuestra sociedad.
Considerarán la sexualidad como un don de Dios y una riqueza que abarca a toda la persona, el cuerpo, los sentimientos y el espíritu, y que manifiesta su significado íntimo llevando a las personas a la entrega de sí mismas al ser amado por medio y dentro del amor conyugal.

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