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jueves, 2 de junio de 2011

1.- HOMBRE Y MUJER

“Y creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dos los creó, y los creó varón y hembra” (Gen 1, 27).
El hombre y la mujer, dos seres sexuados que se unen por amor
La Biblia llama “hombre” no a un ser individual, sino a la pareja, varón más hembra. Adán no fue un ser completo hasta que vio a Eva y encontró en ella lo que le faltaba para su propia realización personal. Lo mismo se puede decir de Eva, aunque no lo indique la Sagrada Escritura.
El “hombre” es una birrealidad, un yo más un tú, y ambos juntos forman el hombre de la historia. La pareja es, desde los orígenes, algo connatural al ser humano.
La diferencia fundamental de los sexos, el ser varón o hembra, es la fuente de una vida en común fundada en la mutua atracción, en el mutuo amor y en la mutua complementariedad.
 La relación hombre-mujer fue concebida por Dios como una mutua ayuda. “No es bueno que el hombre está solo, voy a hacerle una ayuda proporcionada a él” (Gen 2, 18)Sólo un ser capaz de amar en la misma medida en que es amado puede colmar las aspiraciones humanas. No es de extrañar, por tanto, que el amor sea la ley fundamental de la pareja humana. Los seres humanos necesitamos amar y ser amados, querer y ser queridos.
Cuando falta el amor, el ser se desploma en la vacuidad de su existencia, pues el corazón humano necesita el calor y el amor de otro corazón para funcionar con normalidad y a pleno rendimiento. Sin amor el corazón se agosta, las ideas se escapan, la mente se embrutece y la vida se amarga y se rompe.
El amor entre un hombre y una mujer es el presagio de la vida, el rebrotar de la naturaleza, el canto de los sentimientos y la alegría de la convivencia.

El verdadero amor respeta la dignidad y los derechos de las personas
Sin un amor que respete los derechos que, como personas e hijos de Dios tienen todos los hombres y todas las mujeres, es imposible ejercer la mutua ayuda y la complementariedad.
Tanto el hombre como la mujer tienen sus propios derechos como personas, derechos que no pierden al aceptar vivir en comunidad uno con el otro; todo lo contrario, se refuerzan, quien más debe respetar los derechos de la mujer es el hombre que comparte su vida y lo mismo cabe decir de la mujer. Este es el único camino para salir de la violencia doméstica de nuestros días.
Todos estamos obligados a vivir ese amor sin machismos ni feminismos que tergiversen y empobrezcan la dignidad del hombre o de la mujer.
El hombre y la mujer, aunque distintos por su propia naturaleza, son iguales en su dignidad como personas y como hijos de Dios. No es el varón más persona o más hijo de Dios que la mujer, ni ésta lo es más que el varón. En cuanto personas y en cuanto hijos de Dios, ambos dan la misma medida, ambos tienen la misma dignidad y los mismos derechos.
Sólo la unión de un hombre y una mujer puede transmitir la vida
La humanidad podría haber estado constituída solamente por varones o por mujeres, en la hipótesis de que ambos separadamente pudiesen transmitir la vida a nuevos miembros; pero, la realidad no es ésa, sino que es necesario el concurso de ambos sexos para la transmisión de la vida. Este es el fundamento físico de la complementariedad.
Si la complementariedad física es imprescindible para la transmisión de la vida, la complementariedad psicológica lo es para la mutua ayuda y la convivencia.
La vida, de forma natural, sólo puede brotar de la unión de un hombre y una mujer; infinitamente mejor, pero no imprescindible, si están unidos por los lazos de la amistad y del amor.
La vida, según la naturaleza, no nace de la unión de dos seres del mismo sexo, sean dos hombres o dos mujeres. Sí puede haber entre ellos amor, mutua ayuda y buena convivencia. Las personas que optan por ese tipo de relación sexual son merecedoras del respeto de la sociedad, otorgándoles los derechos civiles adecuados, al margen de consideraciones ideológicas o religiosas que impidan compartir esa opción sexual.

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