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sábado, 4 de junio de 2011

4.- APRENDIENDO A DIALOGAR

“Las personas inteligentes dialogan, las demás hablan”.
Los cuatro elementos fundamentales de todo diálogo
Los dos interlocutores (emisor, el que habla; receptor, el que escucha).
Lo que se dicen (mensaje).
El medio por el que se comunican (palabras, gestos, movimientos, señales, escritos, etc).
Estos cuatro elementos son inseparables y funcionan como un todo. El diálogo es un proceso recíproco, en el que el emisor y el receptor se intercambian sucesiva y alternativamente. Para que el diálogo sea enriquecedor y motivo de encuentro de los interlocutores, éstos deben saber dialogar.

La coherencia en el diálogo
El que habla debe ser coherente entre lo que expresa y lo que siente. La discrepancia entre las ideas, los pensamientos, los sentimientos y lo que expresan las palabras impide el diálogo, la comunicación, el conocimiento de las personas y su realización como tales.
¿Qué diálogo puede existir cuando no se dice la verdad? ¿Cómo se pueden comunicar dos personas si una miente? ¿Cómo se pueden llegar a conocer si ocultan o tergiversan la realidad? ¿Cómo se pueden realizar como personas si adoptan la mentira y el engaño como norma de vida?
Estos interrogantes indican con toda claridad la importancia que tienen la sinceridad, la verdad y la coherencia en la vida matrimonial.

La libertad en el diálogo
El que habla debe ser libre para poder expresarse tal como es, tal como piensa y tal como se siente a sí mismo y a la realidad que le rodea. Nadie debe estar coaccionado por el miedo, que obliga a no decir lo uno siente sino lo que piensa que el otro quiere escuchar.
El que habla debe dejar en libertad al que escucha, sin condicionarle ni manipularle. Una forma de condicionar es exponer el asunto de tal modo que no admita respuesta, por ejemplo, si digo: esto es así y asunto concluido. Es mucho mejor emplear frases como ésta: “ a mí me parece que esto es así”.Con ello dejamos la puerta abierta a posibles respuestas.
El que escucha debe, ante todo, escuchar; no limitarse a oír. El que no escucha, no dialoga. Y escuchar en libertad, sin sentirse coaccionado por el emisor, ni por el modo de emitir. No es la presencia amenazante, ni los gritos, ni el tono de voz, los que dan la razón; al revés, son su peor argumento.

Hacia una buena comunicación
Ambos, emisor y receptor, para la buena comunicación, deben tener recíproco respeto, que conlleva valorarse, aceptarse y acogerse como personas. Se puede estar en desacuerdo con el mensaje, pero no por eso se puede rechazar a la persona que lo emite.
La aceptación incondicional de la persona facilita que ésta se exprese mejor, al no sentirse afectada por el sentimiento de rechazo.
La aceptación del otro supone apertura hacia él; en vez de ocupar la mente en preparar la respuesta, la abro para acoger lo que el otro me está diciendo. La empatía hace a los interlocutores ponerse cada uno en lugar del otro; sólo si me pongo en su lugar y a su misma altura estaré en condiciones de comprender lo que me está diciendo.
Todo lo dicho anteriormente adquiere mayor relevancia cuando los interlocutores son los miembros de la pareja conyugal. La comunicación de la pareja, aunque sea difícil y complicada, es el mejor y, tal vez, el único camino para no entrar en conflicto o para solventar con éxito los que se presenten.
Los esposos deben convencerse cuanto antes de que todas las dificultades tienen solución si se sabe dialogar sobre ellas. En todos los problemas de la pareja y de la familia aparece siempre la falta de comunicación y de diálogo entre los cónyuges.
La falta de comunicación y del verdadero diálogo es la materia pendiente de muchos esposos.

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