Mi familia

jueves, 30 de junio de 2011

30.- CREO EN LA FAMILIA

Asistimos a la extensión del desconcierto extremo en lo que es la familia. En nuestra sociedad, hay opiniones diversas y encontradas que inducen a pensar que no existe ningún criterio que identifique y defina lo que es la familia.


Creo en el amor conyugal por ser el signo visible del amor de Dios a la humanidad. Cuando Él quiso expresar el vínculo que le une al hombre, escogió la forma del amor y la fidelidad conyugal. Los esposos, cuando viven su amor conyugal, imitan a Dios en su actitud de amor y pueden decir, con razón, que algo así siente Dios hacia la humanidad.

Creo en la familia fundada en el matrimonio, entendido como compromiso recíproco públicamente expresado y regulado, la aceptación plena de la responsabilidad con respecto al otro y a los hijos y la titularidad de los derechos y deberes como el núcleo social primario en el que se funda la vida de la nación.

Creo en la familia porque creo en el amor conyugal como la forma más completa y perfecta del amor, la que vincula para siempre a un hombre y una mujer con un compromiso de mutua entrega, expresada, en último término, en la entrega corporal, por la que se hacen una sola carne. Este amor es el único que responde plenamente a la voluntad creadora de Dios, que constituyó al ser humano varón y hembra.

Creo en la familia y en su vocación a ser signo luminoso del amor. La familia es la sociedad básica en el proceso de humanización, como la célula de todo el organismo social. Cuando la familia enferma, los hombres y las comunidades, se desintegran y deshumanizan.

No creo en otras uniones actuales propuestas como alternativas a la familia, aunque las respeto. No creo en las parejas de hecho. No creo en el matrimonio entre homosexuales. No creo en el “amor libre” que pretende eliminar la familia con el pretexto de liberar al hombre y a la mujer de la “esclavitud” del compromiso familiar. No hay que confundir “amor libre” y “convivencia prematrimonial”, hoy muy extendida entre los jóvenes y que, la mayoría de las veces, es la antesala del matrimonio.
El amor libre banaliza el sexo despojando a la relación sexual de lo más grande y hermoso que puede haber entre un hombre y una mujer, su capacidad de amar y de entrega total uno al otro.


¿Por qué creo en la familia?
Creo en la familia
porque es el templo del amor. Sólo en ella se aprende con modelos vivos lo que significa amar sin límites, amar en gratuidad, amar sin distinción, amar en la salud y en la enfermedad, amar en la niñez, la juventud y la ancianidad.
Creo en la familia porque es la universidad de los valores humanos y cristianos. El “ansia de saber” es importante para los hombres y mujeres, pero lo es mucho más el “ansia de ser”. Cada cual es lo que son sus valores. Aquí radica la importancia de la familia, donde el niño y el joven aprenden y copian los valores humanos y cristianos que conformarán su personalidad.
Creo en la familia porque es la Iglesia pequeña, la Iglesia doméstica, que acoge, vive, celebra y anuncia la Palabra de Dios.
Creo en la familia porque Dios cree en ella. Al crear al ser humano a su imagen y semejanza, varón y mujer, quiso poner en el centro de su proyecto la realidad del amor entre el hombre y la mujer. Toda la historia de la salvación es un diálogo apasionado entre el Dios fiel, descrito por los profetas como el novio o el esposo, y la comunidad elegida, la esposa.
EL Futuro de la humanidad depende, en gran parte, de que las familias crean en ellas mismas y asuman sus responsabilidades. El futuro de la humanidad se fragua en las familias. Nuestro mañana será lo que decidan las familias de hoy. Las familias en las que haya santidad de vida serán la sal y la luz del porvenir.
Deben creer en la familia los esposos, como artífices; los hijos, para adquirir profundas raíces que les sostengan en los vendavales de la vida, y los gobernantes para dotarla de los medios adecuados.

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