Mi familia

domingo, 26 de junio de 2011

25.- LA MADRE

Para el amor, la madre;
para el dolor, la madre;
para crear y cuidar la vida, la madre:
para la ternura y el regazo, la madre;
para enjugar las lágrimas, la madre;
para curar heridas, la madre;
para aguantar la cruz, la madre;
para acompañar a un enfermo, la madre;
para pacificar el alma, la madre;
para cuidar a un niño, la madre;
para esperar contra toda esperanza, la madre;
para perdonar, la madre;
para entregar la vida, la madre;
para la lucha generosa, la madre;
para proteger la vida, la madre;
para recibir al que se alejó, la madre;
para enseñar a rezar, la madre;
para amar, los ojos, el corazón y las manos de la madre.


Todos tenemos entronizada en nuestro corazón la imagen de nuestra madre, porque es nuestra madre y porque hemos recibido infinidad de muestras de todas las cualidades que le adornan.
En la niñez, la idea de la madre suele estar en consonancia con lo mucho que de ella se recibe.
En la edad adulta, el concepto adquiere nuevos matices con los que se enriquece, pasando de ser la “benefactora sentimental” que sacia las necesidades de cuidados y de amor del bebé y del niño, sin los cuales no puede desarrollarse armónica y globalmente, a ser la madre que acompaña, consuela, anima, disculpa, perdona y otras muchas cosas fruto de su amor maternal.
Si hubiésemos tenido la oportunidad, ¿cómo habríamos querido que fuese nuestra madre?
¿Qué recuerdo de ella conservamos, cuando han pasado muchos años desde su fallecimiento?
De entre todos los demás familiares, es de la madre de la que conservamos el recuerdo más vivo, más actual, parece como si por él no pasasen los años. Sin duda, esto se debe a los profundos lazos que se crearon entre ambos a lo largo de los primeros años de la infancia.
La madre para los adultos es siempre un ser real que se ha dado a sí misma, entregado y consumido toda entera por el amor de sus hijos. Esas huellas son imborrables.
Es normal que todos la tengamos en un pedestal y la intentemos adornar con todas las cualidades y virtudes, incluso aquellas que seguramente no poseyó, pues todas quedan eclipsadas por su amor, entrega y generosidad.
Cuando comparo a mi madre biológica con mi madre espiritual, creo que me acerco más a lo que realmente fue Santa María, la Madre física de Jesús y espiritual de todos los hombres.
Yo, hombre falible y lleno de deficiencias adorno a mi madre biológica con toda suerte de cualidades, virtudes y bondades; y lo mismo tienden a hacer todos los seres humanos.
Nosotros no pudimos escoger a nuestra madre, tampoco podemos realmente adornarla con todas las virtudes y gracias; Jesús sí pudo hacerlo y lo hizo. Podemos decir que María compendia en sí misma lo que todos los hombres hubiésemos deseado para nuestra madre.
Lo mejor de todas las madres, lo mejor de todos los deseos de los hijos, en María es una realidad porque su Hijo, Jesús, Dios omnipotente, así lo quiso y así la creó, “toda santa, toda llena de gracia”.
¡Qué responsabilidad la nuestra si queremos ser dignos hijos de tal Madre!.

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