Mi familia

jueves, 2 de junio de 2011

2.- EL MATRIMONIO COMO REALIZACIÓN DE LA PERSONA


“Formó Dios a la mujer y se la presentó al hombre, el cual exclamó: “Esto sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne”. Se llamará varona porque del varón ha sido tomada. Por eso, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se adherirá a su mujer y serán los dos una sola carne” (Gen 2, 22-24)


Ser hombre o mujer es una situación existencial. En íntima dependencia con esa situación el varón se proyecta hacia la mujer y la mujer hacia el varón, tratando cada uno de encontrar en el otro lo que a él le falta, sea física, psíquica o espiritualmente. Así se realiza el “hombre”..
La realización humana requiere un tiempo. Nadie la logra de la noche a la mañana.
Cuando se tiene en juego la realización de dos personas unidas por el matrimonio, se complica más todavía, porque, con frecuencia, no es nada fácil aunar dos voluntades.


Diversas vocaciones, diversos caminos:
No todos eligen el matrimonio o el vivir en pareja como forma de realizarse. Hay quienes “subliman” la íntima proyección que tiene su ser hacia el sexo contrario y dirigen todas sus energías a quehaceres que les son plenamente satisfactorios y en los que hallan su más perfecta realización como personas. Así nos topamos con misioneros, sacerdotes, religiosos y religiosas e, incluso, investigadores. Son otros caminos de realización personal, distintos de los comúnmente elegidos por la mayoría de los mortales.
La vocación que cuenta con más adeptos como camino de realización personal es la matrimonial. Es el camino que Dios ha querido para la inmensa mayoría.
Dios llama a cada uno a seguir el camino que le conduzca a la realización humanan y cristiana, eso es la vocación, la llamada de Dios. Los caminos pueden ser muy diferentes, como diferentes son las personas que los transitan, pero todos son igualmente buenos y dignos.
Decir que uno tiene vocación al matrimonio es tanto como decir que debe lograr su realización personal junto a la de su cónyuge. En el matrimonio no se puede concebir la realización ni la felicidad de los esposos por separado; o los dos o ninguno.


La bondad de cada vocación
No hay vocaciones mejores y peores. La mayor bondad no está en la vocación en sí, sino en la manera de seguirla y vivirla. Solamente el que vive honradamente su vocación es agradable a los ojos de Dios. Y esto es válido para todos: solteros, casados, sacerdotes, religiosos o religiosas.
No son las profesiones, ni los trabajos inherentes a las mismas, los que dignifican al ser humano, sino el modo como se hace. Sólo el trabajo bien hecho dignifica al autor y le lleva a la realización como persona.
La vida conyugal alcanza su plenitud cuando él y ella avanzan en el reconocimiento de sus valores individuales y conyugales, y descubren el ideal del matrimonio en los orígenes: “Serán los dos una sola carne”.
La ley del matrimonio es el amor. Todo varón lleva dentro de sí algo de mujer, pero no es mujer; y toda mujer lleva dentro de sí algo de varón, pero no es varón. La virilidad y la feminidad se manifiestan en ambos de distintas maneras y en diversas proporciones. En el varón, predomina la virilidad, por eso es varón; en la mujer, predomina la feminidad, por eso es mujer.
Ninguno se basta a sí mismo. Ambos necesitan la relación, la reciprocidad y la complementariedad del otro para integrar dentro de sí la virilidad y la feminidad y conseguir la ansiada realización personal.
Cuando nace un ser humano no puede elegir ser varón o mujer, nace con una u otra opción y en ella debe realizarse como persona.

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