Mi familia

sábado, 16 de julio de 2011

43.- MATRIMONIO EN CRISIS

La crisis del matrimonio es una realidad
Se dan cada vez más casos de violencia en el seno de las familias, de hijos que matan a sus padres, padres que matan a su esposa, esposos que se separan y divorcian. Algo no funciona en una comunidad humana en la que abundan estos hechos, algo importante ha sido destruido en los hogares donde son posibles tales realidades.


¿De dónde procede esta crisis?
De un conjunto de factores, algunos de los cuales vamos a analizar.

Matrimonios cerrados a la trascendencia
La sociedad se ha secularizado, también los matrimonios. El proyecto de vida matrimonial o no se hace, dejándolo todo a la improvisación carente de compromiso, o es un proyecto cerrado a lo trascendente. Hoy Dios cuenta muy poco o nada para muchos matrimonios.
Para los cristianos Dios es el fin toda persona. Por tanto, ahogar y hacer irrelevante el diálogo sobre Dios, en el matrimonio, es socavar la raíz misma del bien común de ese matrimonio.
Descartado Dios, queda el ofuscamiento de la inteligencia, que se halla replegada en sí misma e incapaz de llegar a la verdad plena que satisfaga la dignidad del ser humano y le capacite para la convivencia.
De esta falta de trascendencia nacen el escepticismo, el falso concepto de libertad y la deformación ética.

El escepticismo 
Que reduce el horizonte vital humano a lo que se puede dominar; se relegan los ideales y el esfuerzo se centra en las cuestiones prácticas. La convivencia matrimonial no se apoya en las convicciones íntimas de los cónyuges sino en los acuerdos de compromiso. Pero, no siempre hay buena comunicación entre los cónyuges y, al faltar ésta, faltan también la comprensión y la tolerancia. Cuando los esposos se dejan dominar por el nerviosismo, a la mínima saltan, no aguantan nada.

El falso concepto de libertad.
Descartado Dios, se reduce la libertad a elegir las cosas según el arbitrio personal, al margen de la verdad total del hombre y de su aspiración interna a la plenitud.
En el matrimonio, los límites de la libertad los marca la presencia de otra persona, igualmente libre, no la convicción interna de un valor superior. La relación entre las personas queda enmarcada en un conflicto de libertades; las personas, esclavas de sus propias apetencias, viven entregadas a sus emociones, sin margen para el diálogo, el mutuo apoyo en las dificultades o el ejercicio del perdón.
Las relaciones personales se empobrecen y no se satisfacen los deseos profundos del sentido de la vida, de ser valorado, de vivir en paz y armonía, de amar y de ser amado.

La deformación ética
Descartado Dios, la vida queda dominada por los intereses individuales, no por los conyugales. El juicio ético, lejos de ser objetivo, pasa a ser subjetivo y a la carta. Así se llega al individualismo más feroz y a que la propia libertad tienda a reafirmarse como dominio sobre el otro, llegando a justificar actos que son intrínsecamente nocivos.
El matrimonio tradicional está soportando el acoso de otras formas de unión, como el matrimonio civil y las parejas de hecho que, aparentemente, son más fáciles de llevar.

El matrimonio y la familia tienen una función determinante en la vida del ser humano.
“La familia constituye la red de identidad social de sus miembros. Antes que profesor, ingeniero, labrador o carpintero, uno es padre, hijo, hermano o nieto. El quien de cada uno es fruto de una relación concreta entre dos personas, y es un dato que, para bien o para mal, acompaña al ser humano toda la vida. La familia es el lugar donde lo valemos todo desnudos de todo” (Juan Viladrich, catedrático de Derecho)
La familia es comunión de personas y es el único reducto donde se puede desarrollar globalmente la educación de los hijos, que son el fruto de la comunión de los padres.
La familia es el lugar primordial para trasmitir la fe. Los esposos viviendo la fe con sus hijos e iniciándoles en la oración con el ejemplo, suscitan en ellos el encuentro con Dios Padre.
La familia proporciona a los hijos los pilares básicos de su seguridad y autoestima. En la familia hay amor gratuito, sólo por ser quien eres. En la familia se da la pertenencia a una red de identidad propia que será, para siempre, su raíz personal. En la familia se genera el más alto grado de seguridad interior para los hijos, que consiste en la convicción de que pase lo que pase, haga lo que haga, siempre estarán ahí los padres, en los que puedo confiar plenamente, porque me quieren.

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