Los poderes públicos, en España, todavía no se han percatado de algo que es tan evidente como la imperiosa necesidad de proteger a la familia, por ser la única fuente segura y permanente de reponer y revitalizar el tejido social. Una sociedad sin niños es una sociedad agonizante. Cada año disminuye el número de niños y aumenta el de ancianos.
España se está convirtiendo en un país de personas mayores y con una esperanza de vida mayor de la que tuvieron nuestros padres.
España se está convirtiendo en un país de personas mayores y con una esperanza de vida mayor de la que tuvieron nuestros padres.
Todos los gobiernos, como guardianes y promotores del bien común, deben destinar un mayor presupuesto a la protección de la familia y de los hijos, nacidos y por nacer.
España es la nación de la Unión Europea que menor cifra dedica a la familia y a los niños, un 2 % de todas las prestaciones sociales.
No podemos dejar en manos de las familias inmigrantes el peso de nuestra tasa de natalidad.
¿Por qué se produce el descenso de la natalidad?
Los padres jóvenes, al plantearse cuántos hijos y cuándo tenerlos, suelen toma la decisión, que en mi opinión es la más adecuada: En cuanto al número, cuantos podamos criar y educar y, en cuanto al tiempo, cuando nosotros dos, de mutuo acuerdo, creamos que es el momento oportuno.
La mujer no se casa para ser una fábrica de hijos, sino para buscar una posible felicidad junto a su esposo; los hijos son considerados – con toda verdad – el fruto y la corona de la felicidad de los padres.
El bienestar global debe abarcar todas las facetas de las personas y estar de acuerdo con las propias convicciones; sólo cuando una persona se siente bien consigo misma y con los que le rodean se puede decir que goza de verdadero bienestar, que no debe confundirse con la llamada “sociedad del bienestar” que, en la mayoría de los casos, es fruto y conduce al más exacerbado egoísmo.
Los anticonceptivos han puesto al alcance el placer sexual sin las consecuencias de un posible embarazo; si falla el anticonceptivo, muchas mujeres recurren a la interrupción voluntaria de su embarazo.
El bienestar de las personas, de los matrimonios y de las familias, no es sólo económico, aunque la economía, sin duda, tiene gran influencia.
¿Hay soluciones?
Cambiar la mentalidad de una sociedad no es nada fácil. Pero ante problema tan serio se impone un mayor esfuerzo por parte de todos en diversos campos para lograrlo.
En el campo de la Administración: Reconocer la importancia del trabajo de las madres dentro y fuera del hogar y en la educción de sus hijos, subvencionar de verdad la natalidad, ayudar a las mujeres gestantes y a las familias con miembros en paro; promover en la televisión pública los programas que ensalcen los valores de la familia, reorientar la educación de la sexualidad bajo el prisma del amor y de la responsabilidad, informar sobre la verdadera realidad del aborto, etc.
En el campo de las leyes: Promulgar leyes que protejan al niño, antes y después del nacimiento, que combatan la pornografía, que favorezcan la estabilidad del matrimonio, que fijen ayudas sustanciales, económicas y fiscales, que verdaderamente hagan atractiva la natalidad y sean capaces de producir ese efecto en los matrimonios.
En el campo de la familia: Ambos esposos deben compartir las tareas del hogar, ejercer la paternidad de forma responsable, abierta a la vida siempre que sea posible, inculcar a los hijos los valores de la generosidad y de la austeridad, ambos tan ajenos al egoísmo reinante.
Sólo unos hijos formados y educados en todos estos temas serán capaces de actuar más tarde en su propia familia y en la sociedad.
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