El matrimonio es una institución de siempre. Para estar presente en todos los tiempos ha tenido que ir adaptándose paulatinamente a las diversas circunstancias. El papel de la mujer, dentro del matrimonio y de la familia, es un prototipo de adaptabilidad a las circunstancias históricas.
La mujer ha soportado el peso de la familia, de la crianza y educación de los hijos
Siempre en segundo lugar, a merced de la voluntad cambiante del hombre, unas veces amoroso, caprichoso o tirano, otras.
El papel de la mujer española, dentro del matrimonio, hasta la mitad del siglo XX, en general, se reducía a traer hijos al mundo, cuidarlos y educarlos, atender en su totalidad las tareas domésticas y, en los pueblos, echar muchas veces una mano, o las dos, al esposo en las faenas del campo.
La mujer gobernaba, en el hogar, de puertas adentro, pero las decisiones importantes, de cara al interior y al exterior, las tomaba siempre y solo el marido.
De puertas afuera, la mujer no tenía ni voz ni voto, en todo estaba sometida a la patria potestad del marido.
Empieza el cambio
Empezó a operarse el cambio cuando la mujer pasó de saber sólo leer, escribir y las cuatro reglas (aunque muchas seguían siendo analfabetas); muchas perdieron el miedo y se matricularon en las Universidades, otearon unos horizontes desconocidos que estaban antes reservados a los hombres.
La mujer se ha dado cuenta de que puede ser muy hogareña, gustarle mucho los niños, criarlos y educarlos, que puede, incluso, disfrutar en la cocina, pero que hay otros campos y otras ocupaciones que son apetecibles y que no hay motivo para renunciar a ellas.
La mujer ha dado un paso definitivo:
Terminados los estudios universitarios, que ahora hacen en gran número, la mujer ejerce una profesión en un trabajo remunerado fuera del hogar; las que no pasan por la Universidad, se colocan en otros trabajos por cuenta ajena.
Ha logrado su independencia económica, que será un factor de suma importancia da cara al futuro, tanto si permanece soltera como si se casa.
Todo trabajo, escogido voluntariamente, además de la independencia económica, aporta la realización personal, en forma de satisfacción por el trabajo bien hecho y el deber cumplido, por el logro de nuevas metas y por el ensanche del compañerismo y la solidaridad.
La mujer ha ampliado su horizonte
Y seguirá ensanchándolo a medida que escale peldaños en la pirámide de los puestos de mando de las empresas y de la sociedad; si continúa la trayectoria actual, llegará un día en el que la mayoría de los mejores puestos sean ocupados por mujeres.
La misión exclusiva de las mujeres
Para engendrar nuevos seres humanos es necesario el concurso del hombre y de la mujer; pero concebirlos y parirlos es una exclusiva de la mujer.
La naturaleza la dotó de la capacidad de ser madre, adaptando su cuerpo y poniendo en su corazón el deseo imperioso de la maternidad.
La mujer casada y con un puesto de trabajo tiene una meta por conseguir: lograr que se reconozca, no sólo por la sociedad sino por la Autoridad legislativa, el valor social de la maternidad y, consecuentemente, se proteja, cuide, valore y remunere; que se legislen contratos de trabajo especiales para la mujer embarazada y se promuevan los embarazos para salir de la penuria de nacimientos.
La mujer casada y trabajadora no puede seguir en la disyuntiva de tener hijos o trabajar, debe poder disfrutar de ambas cosas. Es un derecho que tiene por su notabilísima cooperación al bien de la sociedad.
La mujer tiene derecho a elegir si se casa o no, si trabaja fuera de casa o no, y debe poder hacerlo siguiendo su instinto de mujer y sus propias apetencias.
Sólo será feliz si elige conforme a sus deseos. Si la elección es de casarse y trabajar, deberá lograr el equilibrio entre ambas cosas.
También el hombre deberá hacerlo. Ya han pasado los tiempos en los que la mujer cargaba, en solitario, con la educación de los hijos y las faenas domésticas.
En el matrimonio, todo es cosa de dos.
La mujer ha soportado el peso de la familia, de la crianza y educación de los hijos
Siempre en segundo lugar, a merced de la voluntad cambiante del hombre, unas veces amoroso, caprichoso o tirano, otras.
La mujer gobernaba, en el hogar, de puertas adentro, pero las decisiones importantes, de cara al interior y al exterior, las tomaba siempre y solo el marido.
De puertas afuera, la mujer no tenía ni voz ni voto, en todo estaba sometida a la patria potestad del marido.
Empieza el cambio
Empezó a operarse el cambio cuando la mujer pasó de saber sólo leer, escribir y las cuatro reglas (aunque muchas seguían siendo analfabetas); muchas perdieron el miedo y se matricularon en las Universidades, otearon unos horizontes desconocidos que estaban antes reservados a los hombres.
La mujer se ha dado cuenta de que puede ser muy hogareña, gustarle mucho los niños, criarlos y educarlos, que puede, incluso, disfrutar en la cocina, pero que hay otros campos y otras ocupaciones que son apetecibles y que no hay motivo para renunciar a ellas.
La mujer ha dado un paso definitivo:
Terminados los estudios universitarios, que ahora hacen en gran número, la mujer ejerce una profesión en un trabajo remunerado fuera del hogar; las que no pasan por la Universidad, se colocan en otros trabajos por cuenta ajena.
Ha logrado su independencia económica, que será un factor de suma importancia da cara al futuro, tanto si permanece soltera como si se casa.
Todo trabajo, escogido voluntariamente, además de la independencia económica, aporta la realización personal, en forma de satisfacción por el trabajo bien hecho y el deber cumplido, por el logro de nuevas metas y por el ensanche del compañerismo y la solidaridad.
La mujer ha ampliado su horizonte
Y seguirá ensanchándolo a medida que escale peldaños en la pirámide de los puestos de mando de las empresas y de la sociedad; si continúa la trayectoria actual, llegará un día en el que la mayoría de los mejores puestos sean ocupados por mujeres.
La misión exclusiva de las mujeres
Para engendrar nuevos seres humanos es necesario el concurso del hombre y de la mujer; pero concebirlos y parirlos es una exclusiva de la mujer.
La naturaleza la dotó de la capacidad de ser madre, adaptando su cuerpo y poniendo en su corazón el deseo imperioso de la maternidad.
La mujer casada y con un puesto de trabajo tiene una meta por conseguir: lograr que se reconozca, no sólo por la sociedad sino por la Autoridad legislativa, el valor social de la maternidad y, consecuentemente, se proteja, cuide, valore y remunere; que se legislen contratos de trabajo especiales para la mujer embarazada y se promuevan los embarazos para salir de la penuria de nacimientos.
La mujer casada y trabajadora no puede seguir en la disyuntiva de tener hijos o trabajar, debe poder disfrutar de ambas cosas. Es un derecho que tiene por su notabilísima cooperación al bien de la sociedad.
La mujer tiene derecho a elegir si se casa o no, si trabaja fuera de casa o no, y debe poder hacerlo siguiendo su instinto de mujer y sus propias apetencias.
Sólo será feliz si elige conforme a sus deseos. Si la elección es de casarse y trabajar, deberá lograr el equilibrio entre ambas cosas.
También el hombre deberá hacerlo. Ya han pasado los tiempos en los que la mujer cargaba, en solitario, con la educación de los hijos y las faenas domésticas.
En el matrimonio, todo es cosa de dos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario