Mi familia

miércoles, 24 de agosto de 2011

51.- LA MUJER EN NUESTRA SOCIEDAD

Hacia la igualdad práctica
La lucha del movimiento feminista a lo largo de los dos últimos siglos ha dado sus frutos en la sociedad occidental, en las legislaciones y en la vida ordinaria.
Pero los problemas de la mujer no han terminado. Una cosa es la teoría, las palabras escritas y otra muy distinta que lo escrito se lleve a la práctica en su totalidad.
La mujer puede desempeñar libremente su profesión de médico, abogado, arquitecto, o cualquier otra, pero, hasta ahora, salvo rarísimas excepciones, no ha logrado la cima del mando y del poder en cada profesión, el peldaño más alto sigue ocupado por el hombre.
Ante esta situación, la mujer deberá seguir trabajando por una legalidad más justa y por una práctica igualitaria de esa legalidad. El trabajo profesional debe ser reconocido por su calidad con total independencia de que haya sido hecho por un hombre o por una mujer.

La esencia femenina
La mujer, en su carrera de liberación del dominio masculino, ha tomado una vía a todas luces errónea, la de igualarse con el hombre imitando sus formas de vida. Con ello, ha conseguido ponerse en ridículo, porque cada sexo tiene, por naturaleza, unas características propias.
La mujer, imitando al hombre, no podrá realizarse como mujer, ser humano específico y con características concretas distintas del hombre. La mujer, imitando al hombre perderá, por deformación, su riqueza esencial.
La mujer está dotada por la naturaleza de unas capacidades de entrega, de adaptación a las circunstancias, de percepción rápida de los detalles, que la sitúan muy por encima del hombre.
Cuando una mujer despliega su potencialidad es el ser más capaz de amar y, a su vez, de ser amado. La mujer es, en sí misma y por el hecho de ser mujer, la mejor escuela del auténtico amor, amor de entrega, amor de apertura al otro para hacerle feliz, amor que se hace “cuadro viviente” cuando contemplamos a una madre con su bebé en brazos.
La mujer, a lo largo de los siglos, ha evolucionado en una dirección, se ha dotado de unos mecanismos, de defensa unas veces, y de entrega, otras, merced a su cualidad específica de poder ser madre.
Cuando la mujer se olvida o reniega de lo que constituye la esencia de su ser femenino, no sólo daña el centro de su ser, sino que infringe un grave daño a la humanidad, como lo demuestra el envejecimiento de la sociedad debido a la escasísima natalidad. Un hogar sin niños es como un rosal sin rosas o una vid sin racimos, sólo son ramas espinosas y sarmientos secos.

El reto de la mujer del siglo XXI
La mujer del siglo XXI tiene ante sí el reto del equilibrio entre su maternidad y su trabajo profesional. Ambas cosas le son necesarias, aunque no en la misma medida, para su realización personal.
Su afán y su lucha permanente debe ser para compatibilizar ambas esferas. No debe parar hasta que los poderes públicos y empresariales acepten, por una parte, que el trabajo profesional de la mujer sea igualitario con el del hombre, en cuanto al acceso y a la remuneración del mismo, y por otra, que el trabajo profesional de la mujer sea reglamentado para hacerlo compatible con las exigencias de la maternidad.

Debe buscar los auténticos valores femeninos 
Abandonar el querer parecerse al hombre y dominarle; prepararse a conciencia para poder ocupar cualquier puesto en la sociedad y para compartir sus valores y conocimientos con el hombre, en plan de igualdad, en la familia y en la sociedad.

Los Gobiernos, las organizaciones sindicales y patronales
Tienen aquí un campo de acción exigido por el bien común de la sociedad. Ninguna mujer debería abandonar su trabajo profesional por su embarazo o maternidad. Tampoco debería, en contra de sus apetencias y esencias femeninas, renunciar a la maternidad por necesidad económica.
Hace falta un contrato de trabajo que contemple y resuelva estas situaciones, que respete y haga posible la maternidad dentro del trabajo profesional, con un horario adecuado a la realidad maternal, sin que suponga una merma de la mujer sino un reconocimiento de su contribución a la continuación de la sociedad.
Los Gobiernos deben incentivar la función maternal de la mujer con dotaciones económicas que la hagan posible. Invertir en natalidad y en educación es la mejor inversión.
A estas alturas de los tiempos, no tiene sentido defender que la mujer debe quedarse en casa y dedicarse exclusivamente a tener hijos y cuidarlos. 
Su faceta de madre, puede y debe ser enriquecida, si así lo decide cada una, con su faceta laboral.





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