Si
hay algo en particular que vas a notar en tu niño de 3-4 años es
que empieza a volverse más
sociable, tanto
con personas mayores como con los niños de su edad. Los
niños a los 3-4 años se miran, tocan y buscan, son tremendamente
curiosos, fantasean y buscan explicar fantasiosamente aspectos de la
realidad.
En
relación a los sentimientos, existen dos tipos:
El
sentimiento del propio poder, el niño siente deseos
de poseer objetos y personas. Adquiere un saber afectivo, de lo que
puede y no puede hacer y también de su valor personal a través de
la relación que establece con los padres y experimenta la
aprobación, la admiración o el castigo.
El
sentimiento de inferioridad, el
niño es muy sensible a las reacciones que tienen los adultos. La
relación social viene acompañada de cierta “crisis
de independencia”, ya que comienza a
dejar la falda de mamá y a la vez encuentra ciertas dificultades
para identificarse con los adultos.
Aquí
empieza el niño a desarrollar un sentimiento
de inferioridad, ya que sabe que
debe hacer muchas cosas que no entiende y que es dependiente de las
mayores. A esta edad, el niño es muy sensible a las reacciones
de los adultos. Si lo retan, se puede sentir muy
orgulloso o muy avergonzado; en esta etapa es consciente de que debe
hacer muchas cosas que no entiende y que depende de los mayores.
Los
sentimientos van siendo más duraderos y diferenciados y se centran
en las relaciones familiares. Quieren mucho a los padres y les
expresan su afecto con exageración, tienen celos y envidia de sus
hermanos y se alegran cuando éstos son castigados.
La
formación del yo
A
partir de esa edad comienza a formarse el “yo”, es más
consciente de sí mismo y de lo que le rodea, aunque todavía no
tiene conciencia de su propia identidad ni es capaz de
reflexionar. El niño se convierte en objeto de
vivencias, en su encuentro con el mundo y en su actividad en él se
vuelve consciente de sí. Aún el niño en esta edad no tiene
conciencia de identidad y de simplicidad, no reflexiona sobre su yo.
Experimenta frente a las cosas su propio poder y su impotencia, por
este medio encontrará, poco a poco, el camino para llegar a su yo.
El
yo social se desarrolla con el contacto con otras
personas y es portador de sentimientos de simpatía y antipatía.
El
yo activo se desarrolla a partir de la relación con
los objetos y se verifica en forma de juego, por tal razón el yo
lúdico es la forma más importante del yo activo en esta etapa.
En
lo concerniente a disciplina y obediencia se da la etapa
“egocéntrica”, que se refiere a una actitud
cambiante en relación a las reglas que rigen el comportamiento. Las
reglas cambian de acuerdo a las necesidades, deseos e intereses del
niño. El niño en esta edad aprende las habilidades sociales
necesarias para jugar y trabajar con otros niños. A medida que
crece, su capacidad de cooperar con muchos más compañeros se
incrementa. Aunque los niños de 4 y 5 años pueden ser capaces de
participar en juegos que tienen reglas, éstas pueden cambiar con la
frecuencia que imponga el niño más dominante. Es común, en grupo
de niños, ver surgir a uno dominante que tiende a "mandar"
a los demás sin mucha resistencia por parte de los otros niños.
El
niño imita a los adultos, pero
sin conciencia, y reproduce los movimientos, las conductas, las ideas
de otros, pero sin darse cuenta de lo que hace, toma una actitud
“conformista”, acepta las reglas impuestas por los adultos o por
el niño dominante y actúa como si fuesen su propia voluntad. Otras
veces puede adoptar una actitud “inconformista”, de resistencia a
la voluntad del otro.
La
afectividad del niño es el cimiento de la afectividad del adulto, en
cierto modo, de su carácter y personalidad. Algunos conflictos
afectivos del adulto están vinculados genéticamente a conflictos
vividos en la infancia. El ser humano está determinado, en gran
parte, y durante toda su vida, en sus estructuras afectivas, por el
modo en que vivió afectivamente su infancia.
El
placer y el dolor, lo agradable y lo desagradable constituyen las
dimensiones más generales y, a la vez, más elementales de la vida
afectiva; este carácter elemental se encuentra en todos los niveles
y fenómenos de la vida afectiva. Son como el polo positivo, lo
agradable y el polo negativo, lo desagradable.
La
afectividad infantil es intensa y dominante
El
niño está entregado por completo a sus emociones mientras éstas
duran, aparece débil y disminuido ante ellas y las padece sin poder
dominarlas. Sus sentimientos tienen la fuerza de ocupar todo su ser
con un poder que nunca volverá a encontrar.
Se
puede decir que la infancia es la edad de la vida en la que la
afectividad alcanza su mayor grado de intensidad; los deseos del niño
son más impulsivos y urgentes que los nuestros y sus decepciones y
penas son más vivas.
La
afectividad extiende su influencia a todas sus otras capacidades. Los
objetos y los acontecimientos adquieren un significado para el niño
en función de sus afinidades afectivas.
Las
motivaciones de carácter afectivo, tanto positivas como negativas,
tienen un papel determinante, en el niño, para hacer suyos
determinados valores y realizar, con gusto, determinadas tareas.
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