Mejor, padres implicados |
Tanto las chicas como los chicos, desde el inicio de la pubertad o
primera etapa de la adolescencia, experimentan toda una serie de cambios que
solemos englobar en el término “crecimiento”.
No solamente son cambios físicos, sino también psicológicos. A
medida que van comprobando los cambies de su cuerpo, experimentan un gran cambio en su propia identidad y en
sus relaciones con los demás, en especial con sus padres.
El preadolescente inicia el proceso de dejar su identidad de niño
para convertirse en adulto.
¡Empieza la crisis de
identidad!
“El adolescente se siente
desafiado por su destino, que ha hecho de él un ser extraño; ya no es un niño,
tampoco un adulto. Su antiguo mundo se ha derrumbado y no está construido otro
para sustituirlo.
Descubre que los patrones
infantiles que él hasta ahora aplicaba al mundo son insuficientes, porque los
había sumido de sus padres, maestros, etc. Y se siente situado fuera de su
personalidad y colocado ante la tarea de formarse una imagen del mundo nueva e
independiente. Esto hace que, al tumbar lo viejo, se enfrente con cada uno de
los fenómenos que se le van presentando para conocer con exactitud las
fronteras de su propio ser y del mundo que le rodea. Está, como quien dice,
situado frente a la nada, y ante tal aislamiento, le entran escalofríos.
A esto se añade que se
siente presionado en su interior por fuerzas hasta ahora desconocidas,
experimentadas unas veces con nitidez y otras confusamente; fuerzas oscuras que
presionan por salir y contra las cuales se yergue la conciencia moral. A
menudo, lo primero que hacen es despertar en él una angustia verdaderamente
cruel, con lo que se refuerza el aislamiento.
El adolescente cree que
sólo él está apremiado por tales fuerzas, que lo colocan en una situación de
necesidad; a causa de ellas se figura que es un dechado de maldad e indignidad
y busca compensaciones para poder subsistir bajo un peso que le aplasta.
Unos escogen la huida,
negando su debilidad a base de fanfarronadas; otros, se refugian en la lectura,
en el deporte, en el cine, en la comida o la bebida, o en una actividad que les
haga olvidarse de sí mismos. Buscan algo que les aturda.
Otros, la mayoría, aceptan
la lucha: forcejean consigo y con el mundo, y buscan defenderse de su
aislamiento con cualquier medio a su
alcance”.
(Hans Zulliger, La pubertad de los muchachos, pg 82-83)
Cambios psicológicos del preadolescente
Relacionados con él mismo:
Mayor actividad de la fantasía, con el peligro de confundir sus
límites con la realidad. El sistema nervioso está bombardeado por una inmensa
ola de estímulos de su propio cuerpo o del mundo circundante. La tensión
nerviosa le causa fatiga mental.
Los estados de ánimo pasan de la alegría exultante al pesimismo,
sin nada que lo justifique; tiene periodos de perplejidad, de no saber qué le
pasa, en medio de sentimientos y estados de ánimo encontrados, lo que puede dar
lugar a reacciones imprevisibles.
Sienten la necesidad de dominar el mundo exterior para
autoafirmarse y salir de su aislamiento. Los adolescentes disfrutan con los
ruidos fuertes, por eso gritan como si todos fueran sordos.
Aparece la función lógica, la deducción, una mayor atención y
concentración. En caso de trastorno, la distracción puede llegar a ser alarmante.
Hacia los 15 años se produce una fuerte intelectualización a costa de la
afectividad externa. El entendimiento es como un dique contra las embestidas de
los sentimientos. Se intensifican la reflexión y la autocrítica, frenándose la
manifestación espontánea de los impulsos, mediante la represión.
En relación con sus padres:
En cuanto a sus papas éstos dejan de ser los súper héroes para
pasar a ser los controladores, aquellos que no entienden nada y con los que la
relación comienza a ser más distante y conflictiva. Frecuentemente se ven
padres que se quejan del gran egoísmo de sus hijos y de la frialdad de sus
relaciones afectivas para con la familia.
A los padres acostumbrados a una uniformidad de conducta durante
el llamado periodo de latencia (aproximadamente de los cinco a los once o doce
años) les resulta difícil enfrentarse a los continuos cambios de actitud de sus
hijos, que les llevan, en la mayoría de los casos un abierto enfrentamiento con
ellos.
En relación con los amigos:
Éstos empiezan a ocupar un nuevo rol. Es el tiempo de la pandilla
en donde el preadolescente sale de la familia y empieza a relacionarse
fuertemente con sus iguales de fuera. Dada la lejanía que sienten de sus padres,
los preadolescentes necesitan amigos (que encentran en la pandilla), necesitan
modelos para copiar y configurar su identidad personal. Estos modelos deberían
los padres, en primer lugar, pero no siempre son aceptados como tales.
Como refugio, tras rechazar a los padres, o junto a ellos, surge
la idealización de personas adultas que les producen confianza, un maestro, un
profesor deportivo…
Esta relación puede llegar a ser determinante en la vida del
preadolescente, para su bien o para su mal. Para todo, el preadolescente está
en manos del adulto al que admira y ha entregado su confianza.
Malas compañías
En este tiempo acechan los
peligros de las compañías peligrosas, que les pueden llevar a caer en
adicciones, como el alcohol, el tabaco, las drogas, el sexo, etc.
También esta etapa presenta cambios permanentes de humor y de
apego, por lo cual pueden variar mucho sus estados de ánimo, sus gustos y
preferencias tanto en relación a objetos como a personas.
Las chicas tienen las pulsiones muy a flor de piel e
intentan acercarse a los varones de cualquier forma, aunque se sienten
superiores a ellos. En esta etapa suelen tener un tiempo de muchas diferencias
con las mamás, pero más adelante, si todo trascurre
con normalidad, se convierten en grandes amigas.
Los chicos en esta época, se mantienen al margen
del sexo opuesto, incluso sienten rechazo por las chicas, aunque éste no se alargará
por mucho tiempo. Es característica de los varones en este periodo
preadolescente una fijación en la etapa anal, en donde hay un valor agregado a
los olores, a los ruidos, al lenguaje palabrotero, al poco cuidado con la
higiene personal, etc.
La pubertad de los hijos
¿ofrece alguna oportunidad a los padres?
Los padres positivos y optimistas aprovechan toda las ocasiones
propicias para la mejor educación de sus hijos. Saben que la pubertad es un
período de grandes alteraciones en la personalidad de los hijos. Que su humor
va desde la euforia a la depresión, de la rebeldía a la sumisión, del deseo de
estar solo a caminar en pandilla gritando a todo pulmón. En resumen: Que tiene la emotividad a flor de
piel.
Los padres harán muy bien en tomarse en serio todo lo que
concierne a su hijo pre y adolescente. El punto esencial es la disponibilidad
de los padres:
Que el hijo entienda que, pase lo que pase, ellos siempre le
apoyarán.
Que entienda que siempre estarán dispuestos al diálogo. Que ya
no habrá monólogos del padre o de la madre. Ahora, ellos estarán dispuestos a
escuchar.
Que el hijo entienda que los padres van a ayudarle para que él se
forme su propio criterio del mundo y de las cosas y que ellos respetarán ese
criterio personal.
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