¡A pensar! |
¿Se debe premiar y
castigar?
Sí, ambas cosas. La finalidad del premio y el
castigo no es que los niños se sientan bien o mal, sino que aprendan que
toda conducta tiene una consecuencia y que
ésta será agradable o desagradable según haya sido la conducta que la ha
provocado.
Los niños necesitan comprender que el premio
o castigo es la consecuencia de su comportamiento anterior, no de la voluntad
de sus padres, cuyo objetivo es procurar el bienestar de sus hijos y ayudarles
en su aprendizaje.
¿Cuál es la
finalidad del castigo a los niños?
La finalidad, única y exclusiva, es que
entiendan la relación de causa-efecto entre la falta y el castigo.
En consecuencia, el castigo no debe
producirse: “porque estoy enfadado”,
“porque eres malo”, “porque ya no te quiero”, etc. Son frases que, a veces,
se dicen por nerviosismo, que causan mucho daño al niño y que los padres deben
desterrar.
Cualidades que
debe tener el castigo:
1ª. Se deben evitar los excesos. No
quedarse corto; pero tampoco, pasarse. Adecuados a las conductas que deseamos
premiar o corregir. No se debe imponer un castigo excesivo para después
suavizarlo y dejarlo en casi nada. Ej.: Si un adolescente no puede salir si no
ha hecho los deberes, hay que mantenerlo con firmeza, pero debe poder salir una
vez acabados.
El castigo debe ser proporcionado a la falta
cometida y a la edad del niño.
2ª. Coincidente en el tiempo con el
comportamiento que lo origina. No dejarlos para otro momento, porque los niños
no establecerán la relación con la acción que los origina. Ej,: Si el niño no
quiere comer verdura, el castigo adecuado puede ser “no tomar helado”, ya que
guarda relación; sería inadecuado “no ver la tele” porque ver la tele no guarda relación con comer y el
niño pequeño no lo entenderá.
3ª. Establecer una especie de pacto
con el niño: Hay cosas que no debes hacer si no quieres tener consecuencias
negativas. El niño debe entender en qué consiste el castigo, Los padres deben
dialogar y explicárselo con calma .
El consenso cumple una función educativa: El
niño se siente responsable de su conducta y de las consecuencias y tenderá a
reflexionar más antes de actuar.
El castigo sólo sirve cuando se quiere que el
niño se dé cuenta de que debe eliminar una determinada conducta. De nada
servirá si el niño no entiende por qué se le reprende y cuál es la forma de
evitar que se le vuelva a castigar.
4ª. El castigo no debe ser
humillante. Su única razón de ser es educar al niño para que llegue a ser un
adulto feliz, autónomo, adaptado a la sociedad y con sentido crítico. El
castigo que humilla pierde su valor educativo. El niño nunca debe pensar que se
la castiga “porque es malo”, eso minaría su autoestima con consecuencias muy
negativas para su motivación para aprender y para el desarrollo personal.
5ª. Da buenos resultados la
combinación de castigo y premio, es decir, que el castigo termina cuando el
niño deja de hacer la conducta punible. Ej.: Si no recoges tus juguetes no
puedes salir al parque, pero en cuanto los recojas podrás hacerlo.
Elogiar al niño cuando ha hecho bien los
cosas es siempre un premio oportuno. El mejor premio o castigo es hacer algo
agradable o desagradable relacionado con la conducta que lo origina. El premio
o castigo basado en cosas materiales son menos eficaces en la educación porque
encierran un mensaje confuso que no anima a la reflexión sino a conseguir esa
cosa material.
6ª. Nada de castigos físicos.
¿Quién ha recibido un cachete cuando era niño? ¿Quién lo ha dado cuando es
padre? Todos. Pero, eran otros tiempos. El castigo físico o verbal, además de
no ser razonable, provoca en el niño un estado de temor que nada sirve para
corregir la mala conducta. Es un mal modelo de conducta violenta que el niño,
inconscientemente, imitará cuando sea mayor.
7ª. El castigo logra mayor efecto
cuanto menos se usa. Su valor está en el efecto disuasorio. Castigar por
sistema resulta inútil. Castigar debe ser la excepción, no la norma.
8ª. El castigo no debe depender del
estado de ánimo del padre o la madre. Hay que controlarse para poder controlar al niño.
Con gritos no se resuelven los problemas. Se logra con suavidad, diálogo,
comprensión y… paciencia. Intenta
susurrar; cuando la tensión es alta, susurrar puede ayudar al niño a poner
atención y al padre a calmarse.
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