Mi familia

viernes, 1 de febrero de 2013

98.- PERFIL SOCIAL Y AFECTIVO DEL NIÑO DE 3-4 AÑOS


Si hay algo en particular que vas a notar en tu niño de 3-4 años es que empieza a volverse más sociable, tanto con personas mayores como con los niños de su edad. Los niños a los 3-4 años se miran, tocan y buscan, son tremendamente curiosos, fantasean y buscan explicar fantasiosamente aspectos de la realidad.

En relación a los sentimientos, existen dos tipos: 
El sentimiento del propio poder, el niño siente deseos de poseer objetos y personas. Adquiere un saber afectivo, de lo que puede y no puede hacer y también de su valor personal a través de la relación que establece con los padres y experimenta la aprobación, la admiración o el castigo.

El sentimiento de inferioridad, el niño es muy sensible a las reacciones que tienen los adultos. La relación social viene acompañada de cierta “crisis de independencia”, ya que comienza a dejar la falda de mamá y a la vez encuentra ciertas dificultades para identificarse con los adultos.
Aquí empieza el niño a desarrollar un sentimiento de inferioridad, ya que sabe que debe hacer muchas cosas que no entiende y que es dependiente de las mayores. A esta edad, el niño es muy sensible a las reacciones de los adultos. Si lo retan, se puede sentir muy orgulloso o muy avergonzado; en esta etapa es consciente de que debe hacer muchas cosas que no entiende y que depende de los mayores.
Los sentimientos van siendo más duraderos y diferenciados y se centran en las relaciones familiares. Quieren mucho a los padres y les expresan su afecto con exageración, tienen celos y envidia de sus hermanos y se alegran cuando éstos son castigados.

La formación del yo
A partir de esa edad comienza a formarse el “yo”, es más consciente de sí mismo y de lo que le rodea, aunque todavía no tiene conciencia de su propia identidad ni es capaz de reflexionar. El niño se convierte en objeto de vivencias, en su encuentro con el mundo y en su actividad en él se vuelve consciente de sí. Aún el niño en esta edad no tiene conciencia de identidad y de simplicidad, no reflexiona sobre su yo. Experimenta frente a las cosas su propio poder y su impotencia, por este medio encontrará, poco a poco, el camino para llegar a su yo.
El yo social se desarrolla con el contacto con otras personas y es portador de sentimientos de simpatía y antipatía.
El yo activo se desarrolla a partir de la relación con los objetos y se verifica en forma de juego, por tal razón el yo lúdico es la forma más importante del yo activo en esta etapa.

En lo concerniente a disciplina y  obediencia se da la etapa “egocéntrica”, que se refiere a una actitud cambiante en relación a las reglas que rigen el comportamiento. Las reglas cambian de acuerdo a las necesidades, deseos e intereses del niño. El niño en esta edad aprende las habilidades sociales necesarias para jugar y trabajar con otros niños. A medida que crece, su capacidad de cooperar con muchos más compañeros se incrementa. Aunque los niños de 4 y 5 años pueden ser capaces de participar en juegos que tienen reglas, éstas pueden cambiar con la frecuencia que imponga el niño más dominante. Es común, en grupo de niños, ver surgir a uno dominante que tiende a "mandar" a los demás sin mucha resistencia por parte de los otros niños.

El niño imita a los adultos, pero sin conciencia, y reproduce los movimientos, las conductas, las ideas de otros, pero sin darse cuenta de lo que hace, toma una actitud “conformista”, acepta las reglas impuestas por los adultos o por el niño dominante y actúa como si fuesen su propia voluntad. Otras veces puede adoptar una actitud “inconformista”, de resistencia a la voluntad del otro. 
La afectividad del niño es el cimiento de la afectividad del adulto, en cierto modo, de su carácter y personalidad. Algunos conflictos afectivos del adulto están vinculados genéticamente a conflictos vividos en la infancia. El ser humano está determinado, en gran parte, y durante toda su vida, en sus estructuras afectivas, por el modo en que vivió afectivamente su infancia.
El placer y el dolor, lo agradable y lo desagradable constituyen las dimensiones más generales y, a la vez, más elementales de la vida afectiva; este carácter elemental se encuentra en todos los niveles y fenómenos de la vida afectiva. Son como el polo positivo, lo agradable y el polo negativo, lo desagradable.

La afectividad infantil es intensa y dominante
El niño está entregado por completo a sus emociones mientras éstas duran, aparece débil y disminuido ante ellas y las padece sin poder dominarlas. Sus sentimientos tienen la fuerza de ocupar todo su ser con un poder que nunca volverá a encontrar.
Se puede decir que la infancia es la edad de la vida en la que la afectividad alcanza su mayor grado de intensidad; los deseos del niño son más impulsivos y urgentes que los nuestros y sus decepciones y penas son más vivas.
La afectividad extiende su influencia a todas sus otras capacidades. Los objetos y los acontecimientos adquieren un significado para el niño en función de sus afinidades afectivas.
Las motivaciones de carácter afectivo, tanto positivas como negativas, tienen un papel determinante, en el niño, para hacer suyos determinados valores y realizar, con gusto, determinadas tareas.





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